A quién le importa, que la bala contemple las noches de uno desde la oscuridad de un cajón cerrado, que el sol le apueste a la ruleta su vida y pierda la jugada, que los pájaros olviden la letra de su canto, que florezcan cadáveres en primavera, que el cielo cierre sus puertas y las tinieblas abran un abismo, que los recuerdos droguen una cabeza y los sueños la consuman, y los caminos... Pero no hay caminos. Tormento. Y una mirada hacia no sé donde. Uno mendiga un pedazo de muerte para terminar muriéndose de hambre, con el alma condenada a cadena perpetua y asfixiando el orgullo con el veneno de lo prohibido. La almohada y uno. Y la sobredosis del tiempo que no pasa.
Amar es solo para los que no lo merecen, y ese amar dormirá dos metros bajo tierra, cuando ya y por fin y sin que a nadie le importe, mi valentía de morir venga a buscarme.
30/11/2005